José de San Martín (1778-1850)
y Simón Bolívar (1783-1830) fueron los dos grandes personajes en la
independencia sudamericana respecto a España. Ambos veían la revolución con
perspectiva continental. Para el año 1822, Bolívar, denominado como
Libertador en 1813, había constituido una alianza de naciones entre las
actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, ultimando la liberación del
suelo ecuatoriano en aquel año. San Martín había participado en la
guerra independista argentina, invadido Chile y para 1822 había logrado entrar
en suelo peruano; tenía la capital, Lima, bajo su control y actuaba con el
título de Protector del Perú. Los ejércitos realistas estaban refugiados y
operativos en la sierra peruana, el territorio montañoso desde el cual resistía
el último contingente favorable a España.
En ese año de 1822, ambos personajes, el Libertador y el Protector se encontrarían en Guayaquil. Lamentablemente, un evento de tal magnitud, un auténtico encuentro entre titanes, terminó mostrando más bien las mezquindades políticas y la divergencia entre los caracteres entre ambos líderes. Lamentablemente el asunto que propició su encuentro fue una querella territorial.
El problema en cuestión era Guayaquil. Este puerto marítimo y su provincia se habían independizado de España el 28 de julio de 1821. Sus ciudadanos tenían tres tendencias políticas en su seno: proclamarse ciudad soberana (una suerte de ciudad-Estado), anexionarse a la Gran Colombia presidida por Bolívar o bien unirse al Perú cuya liberación era conducida por San Martín.
Ambos comandantes militares querían a Guayaquil para los territorios que representaban. Así que el motivo central que conduce a la entrevista de Guayaquil es qué nación, Colombia o Perú, se quedará con el puerto de Guayaquil. Un motivo menos elegante que lo deseable.
Jurídicamente, la razón estaba con Bolívar, desde
que las ciudades y provincias liberadas de España se mantendrían vinculadas a
sus antiguos territorios coloniales, siguiendo la doctrina del utipossidetis. Según Augusto
Mijares en EL LIBERTADOR (Academia Nacional de la Historia de Venezuela,
1987, Caps. XXVII y XXVIII), se tiene este dictamen sobre la situación
guayaquileña:
“La situación de Guayaquil era la siguiente: desde 1740 formaba parte de la presidencia de Quito, la cual a su vez dependía del Virreinato de Santa Fe o de la Nueva Granada. Sin embargo, había estado transitoriamente bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú en dos ocasiones: en 1803, por la guerra de España contra Inglaterra, durante la cual se encomendó a las autoridades de Lima su defensa; y en 1810, porque a causa de la revolución de Quito en 1809 y la de Santa Fe en 1810, el Virrey del Perú se hizo cargo del gobierno de toda la provincia de Guayaquil. Esta última situación fue duradera: la ciudad, por su propia iniciativa, pidió al Rey ‘mandara agregar la provincia a la Presidencia de Quito, como antes estaba’, entre otras razones porque ‘su vecindario y el de su vasta provincia sufría el yugo más pesado por estar agregada a ese virreinato’ (el de Perú): Una real cédula de 23 de junio de 1819 dispuso, en consecuencia, que volviera el gobierno de Guayaquil a la Presidencia de Quito en todo lo relativo a asuntos civiles, criminales y de Real Hacienda, quedando solamente en lo militar sujeto al Virrey de Lima”. (C.f. Mijares, pp. 408-9)
En este punto conviene recordar que la Gran Colombia gobernada por Bolívar incluía la antigua Capitanía General de Venezuela, el Virreinato de Nueva Granada y la Presidencia de Quito.
Siguiendo con el dictamen sobre la titularidad colombiana de Guayaquil, en el mismo sentido que Mijares se pronuncia Alfonso Rumazo González en su obra EL GENERAL SAN MARTÍN. SU VIDA Y ACCIÓN CONTINENTAL EN RELACIÓN CON LA HISTORIA DE BOLÍVAR (Ministerio de Educación de Venezuela, 1982):
“Esta provincia, de derecho, pertenecía al virreinato de Bogotá; por causa de conflictos varios, fue anexada sólo en lo militar al virreinato de Lima. La aclaración definitiva la dictó la Monarquía, en Madrid, en Real Cédula de 23 de junio de 1819, publicada en la propia Guayaquil el 6 de abril de 1820. Según eso, ‘el gobierno de Guayaquil’ quedaba sujeto al Virrey de Lima exclusivamente en lo militar. Esta distorsión en lo jurídico general por un lado y lo militar por otro, causó el problema de Guayaquil. El Perú, en estado de Guerra, o sea en vigencia del predominio militar, quería anexarse esa provincia, a lo cual se opusieron enérgicamente Sucre y Bolívar” (C.f. Rumazo G., p. 138).
Antonio José de Sucre (1795-1830), lugarteniente de Bolívar, estaba operando en suelo ecuatoriano y consiguiendo la independencia total de Quito entre 1821 y 1822. Pasó por Guayaquil en su campaña y dio apariencias de neutralidad. San Martín también tenía operando a sus agentes, principalmente los militares Santa Cruz y La Mar. Entre 1821 y 1822 se va desarrollando una partida de ajedrez entre Bolívar y San Martín sobre Guayaquil. Entre los recursos que tenían a su disposición estaban las tropas que compartían: Colombia había enviado previamente a San Martín el batallón Numancia para apoyarle y cuando sus integrantes pretendían volver a su patria, San Martín lo impidió, enviando a Sucre tropas comandadas por Santa Cruz en compensación. Luego San Martín consideró traer de vueltaestos contingentes que había mandado a Sucre y según Rumazo, estuvo a punto de entrar en guerra con Colombia por Guayaquil. Sucre consideró que si San Martín retenía al Numancia, él podía hacer lo propio con el batallón Trujillo y el escuadrón de Ganaderos que le había enviado Perú, así que los mantuvo bajo su mando. En medio de esta tensión, Bolívar y San Martín intercambiaban correspondencia. Siguiendo a Gérhard Masur en su libro SIMÓN BOLÍVAR (Grijalbo, 1975), se tiene este ejemplo de cómo avanzaba la cuestión guayaquileña:
“En la disputa entablada sobre Guayaquil, San Martín sostuvo el principio de la no intervención, en la esperanza de conquistar el puerto para Perú. Por su parte, Bolívar propuso que Colombia interviniese. No ocultó su actitud y escribió a San Martin: ‘No comparto el punto de vista de Vuestra Excelencia de que la voz de una provincia debe escucharse antes de que se pueda establecer la soberanía nacional, pues ninguna parte sola, sino el pueblo en su conjunto, resuelve estas cuestiones libre y legalmente en una asamblea general’. Bolívar no prometió a San Martín un plebiscito, pero se mostró de acuerdo con que se consultase la opinión del pueblo. Además, esperaba resultados decisivos de una reunión personal con San Martín, a la que sólo faltaba por concretarse la conciliación de las conveniencias de ambos hombres. ‘Los intereses de una pequeña provincia no pueden alterar el porte majestuoso de Sudamérica. Espero con impaciencia las discusiones que Vuestra Excelencia se digne sugerir.’” (C.f.Masur, p. 404)
Había la intención en Bolívar y San Martín por entrevistarse, mas quedaba claro para ambos que Guayaquil era un enclave importante. Era un puerto y astillero necesario para la causa independentista y sería un activo importante para Colombia o Perú. Los dos líderes que se confrontaban sobre esta provincia eran, al final, militares y quedó claro a ambos que quien primero se apersonase en Guayaquil con fuerza armada impondría a las autoridades locales la anexión al territorio que representaba. Siguiendo a Salvador de Madariaga, historiador español destacado, se tiene este comentario en su obra de dos volúmenes BOLÍVAR (SARPE, 1985):
“El Protector no abordaba el problema de Guayaquil de manera menos pretoriana que el Libertador. Mitre, su juicioso pero al fin y al cabo, admirador, reconoce(…) ‘San Martín por su parte se preparaba a ejecutar una maniobra análoga. Al efecto se había hecho preceder por la escuadra peruana que a la sazón se encontraba en Guayaquil bajo las órdenes de su Almirante Blanco Encalada, con el pretexto de recibir la división auxiliar peruano-argentina’; y con las tropas y la marina, esperaba decidir el voto de Guayaquil. El propósito de San Martín era ir a Quito por Guayaquil y entrevistarse con Bolívar con Guayaquil en el bolsillo.” (C.f. Madariaga, Vol. II, p. 169. El Mitre a quien cita es Bartolomé Mitre, destacado historiador, militar y político argentino, presidente republicano, quien vivió entre 1821 y 1906, siendo de su autoría una célebre biografía de San Martín concluida en 1888. Madariaga cita el tercer volumen de esta HISTORIA DE SAN MARTÍN).
Cuando San Martín se embarca desde Perú rumbo a Guayaquil para dar el golpe de efecto final, el 14 de julio de 1822, desconoce que ya Bolívar ha entrado en la ciudad el día 11 de julio. El Libertador ya había culminado su campaña en Ecuador, contando con el apoyo fundamental de Sucre y había entrado en Quito el 16 de junio. Apenas llegó a Guayaquil, Bolívar galvanizó a los partidarios por la anexión guayaquileña a Colombia e impuso tal incorporación, si bien guardó las apariencias y se acordó que un Asamblea a reunirse al concluir el mes votaría el tema. Masur, en la biografía antes citada, resume así los hechos:
“Esta votación decisiva no habría de tener lugar hasta fines de julio, pero resultó evidente para todos que constituiría simplemente la aprobación de un faitaccompli. Mientras tanto, y a medida que pasaban los días, la tensión originada por la controversia se hacía mayor. Frente a la casa de Bolívar, sus adictos destruyeron la bandera de Guayaquil e izaron en su lugar los colores colombianos. La multitud vitoreaba a Bolívar y los barcos surtos en el puerto dispararon salvas. Los miembros del Consejo comunal, que temían que sus vidas y haciendas corriesen peligro, huyeron aterrorizados ante las masas excitadas. Bolívar desaprobó estos excesos en público, pero los alentó en privado, pues sabía que en el momento en que estallase esta anarquía y confusión obtendría el control de la situación. Cuando fue oportuno, anunció al Consejo que asumiría todas las facultades civiles y militares para impedir mayores daños, pero que este paso no afectaría de modo alguno la libertad del pueblo”. (C.f.Masur, p. 405).
Está claro que estos procedimientos, propios de la Guerra, nos resultan algo chocantes a los lectores contemporáneos. Mas ha de entenderse que tales medidas enérgicas y de sagacidad eran precisas para imponer orden, evitar secesiones y conseguir estabilidad política en las nacientes repúblicas. De más está decir que también en el propio tiempo de Bolívar, especialmente entre civiles y legalistas, se miraba con malestar semejante estilo resolutivo. En fin, Bolívar resumía su postura a Santander escribiéndole: “Ud. sabe que con modo todo se hace”.
San Martín probablemente hubiera empleado un proceder análogo. El hecho es que cuando se aproximaba su goleta “Macedonia” a Guayaquil, se enteró que Bolívar ya tenía bajo su control la ciudad. Así que había llegado tarde. Siguiendo a su biógrafo, José Ignacio García Hamilton en DON JOSÉ (Cuarta Edición, Sudamericana, 2000):
“A San Martín le cayó mal la actitud de Bolívar, que juzgó apresurada y algo prepotente y hasta dudó si continuar su viaje o regresar a Lima. Pero como su primordial objetivo era lograr un apoyo en armas, decidió deponer su orgullo, ignorar el gesto de poderío y seguir.
Al mediodía del soleado
viernes 26 de julio de 1822, arribaba al muelle de Guayaquil”.
Bolívar fue sorprendido por la llegada de San Martín. Supo reponerse rápido y preparó todo para la entrevista. Se hicieron los homenajes correspondientes y ambos próceres sostuvieron dos entrevistas: la primera que duró apenas una media hora y luego la segunda gran conversación, sin secretarios y a puerta cerrada, la cual se extendió por 4 horas. En la madrugada del 28 de julio, tras asistir a un baile, San Martín se embarcó hacia Perú.
En cuanto a Guayaquil, quedaba claro que se lo quedaba Colombia. A su edecán Guido, San Martín le expresó su frustración: “¿Pero han visto ustedes como el General Bolívar nos ha ganado de mano?”
Con Guayaquil resuelto, la entrevista tenía como temas por considerar la guerra en Perú y las opiniones tanto políticas como militares que los dos próceres tenían sobre el asunto.
Bolívar hizo un informe a la Cancillería de Bogotá sobre la entrevista y consignó que San Martín reconocía la anexión guayaquileña a Colombia. Luego refiere un tema donde Bolívar y San Martín tenían diferencia importante. San Martín opinaba que Perú debía ser gobernado por un monarca europeo; en tal dirección, había enviado a sus comisionados Paroissien y García del Río a Europa en diciembre de 1820, para ver qué casa real estaba interesada en un trono peruano. Para San Martín una república era inviable. Bolívar era contrario a una monarquía extranjera en suelo americano y confirma en su informe que “contestó que no convenía a la América ni tampoco a Colombia la introducción de príncipes europeos porque eran partes heterogéneas a nuestra masa”. San Martín dejó claro que para nada pretendía una corona para sí mismo y el propio Bolívar consigna: “Si los discursos del Protector son sinceros, ninguno está más lejos de ocupar tal trono. Parece muy convencido de los inconvenientes del mando”.
Ciertamente, San Martín estaba en posición bastante débil tanto política como militarmente respecto a Bolívar. El Protector, a diferencia del venezolano quien actuaba como Libertador Presidente, estaba sin ocupar el Poder Ejecutivo en Argentina y Chile, siendo que únicamente en suelo peruano tenía facultades militares y civiles aunadas. Por otra parte, San Martín estaba siendo traicionado por sus militares –especialmente el jefe de la Armada, Cochrane- y contaba con ayudantes civiles impopulares como Bernardo de Monteagudo, quien fue depuesto apenas San Martín abandonó Perú para ir a Guayaquil. Los españoles seguían fuertes en Los Andes entre tanto.
En su informe a la Cancillería nada refiere Bolívar sobre conversaciones militares. Se desprende, según correspondencia que envió San Martín a Bolívar un mes después, que el Protector ofreció al venezolano el mando militar y servirle como subalterno. John Lynch, en SIMÓN BOLÍVAR, A LIFE (Yale University, 2007), señala –traduzco del idioma inglés original-:
“Según los adeptos a San Martín, el Protector necesitaba y solicitó el apoyo del ejército de Bolívar para completar la destrucción del poder realista en Perú y para obtener esto se ofreció a servir bajo el mando de Bolívar (…) Así que el propósito básico de San Martín se redujo a asegurar el apoyo militar de Bolívar, bajo la forma bien de una gran fuerza militar o un ejército bajo el mando del propio Bolívar. Mas Bolívar rechazó estas propuestas. Bolívar estaba listo para comprometer refuerzos mas no el ejército completo, el cual era necesario para la seguridad interna de Colombia. Así que consideró la oferta y el requerimiento como excesivos y tenía serias dudas sobre que San Martín pudiese cumplir su parte en el acuerdo. ¿Podría San Martín realmente obedecer órdenes de un hombre más joven y aceptaría el ejército de San Martín tal arreglo? Además, consideraba la política militar de San Martín como impracticable e irresoluta. Así que la entrevista fue infructífera.” (C.f. Lynch, p. 174).
Mijares, en obra ya citada, hace esta reflexión sobre la entrevista:
“Nuestra interpretación es que careció completamente de importancia: 1º porque el principal aunque inconfesado objeto de ella –el destino de Guayaquil- ya estaba resuelto; 2º porque el corto tiempo durante el cual conversaron Bolívar y San Martín –y que ni el uno ni el otro pensaron prolongar- apenas pudo permitirles cambiar ideas muy generales sobre los numerosos problemas americanos; 3º porque ni el Libertador ni el Protector estaban autorizados para iniciar o concluir asunto alguno; 4º porque San Martín sabía muy bien que ninguna fuerza lo respaldaba: el Perú había reaccionado contra él, y la Argentina dividida por las facciones, nada podía ofrecerle; en ambas naciones su autoridad y su prestigio habían muerto”. (C.f. Mijares, p. 418).
Los debates historiográficos y proselitismo sobre el encuentro probablemente pueden despacharse con ese párrafo. San Martín seguramente intentaba ganar Guayaquil para Perú con el fin de conseguir adeptos políticos, mas este revés final terminaba por desmoronar su sueño peruano. El 20 de septiembre de 1822, San Martín renunció ante el Congreso reunido en Lima. El 10 de febrero de 1824 se retiró a Europa y fallecería allí en 1850. Historiadores argentinos han intentado atribuir su fracaso peruano a que Bolívar le negó apoyo, mas lo cierto es que San Martín ya estaba casi derrotado por las luchas intestinas antes de ir a Guayaquil. Incluso se ha llegado a usar documentación espuria intentando sostener que Bolívar causó la debacle de San Martín: Mijares cita una carta publicada en 1844 por un francés llamado Lafond y la cual supuestamente habría escrito San Martín a Bolívar desde Lima el 29 de agosto de 1822; tal carta ha sido probada como apócrifa. En suma, el encuentro para nada habría cambiado una trayectoria inevitable para el infortunado San Martín, quien experimentó anticipadamente las traiciones y disensiones que atormentarían a Bolívar entre 1826 y 1830, los últimos años de la peripecia vital libertadora.
Es interesante el comentario que hace cada prócer
sobre su interlocutor. San Martín le expresó a Guido, en 1826, que Bolívar le
pareció de “una ligereza extrema, inconsecuencia en sus principios y una
vanidad pueril, pero nunca me ha parecido la de un impostor”. Bolívar comentó a
Santander, describiendo a San Martín, que “su carácter me ha parecido muy militar y parece activo, pronto y no
lerdo. Tiene ideas correctas, de las que a usted le gustan, pero no me parece
bastante delicado en los géneros de sublime que hay en las ideas y en las
empresas”. Rumazo refiere ambos comentarios (C.f Rumazo, op.
cit., pp. 166-7). Considerando la impresión que en el ánimo de San Martín produjo
el encuentro con El Libertador, el historiador Emil Ludwig señala en su
libro BOLÍVAR (Editorial Juventud, 1983):
“…Lo que le abatió en realidad, y poco después lo destrozó, fue la aparición de este favorito de las mujeres, con la frente ceñida de laurel, a quien precedía la fama y seguía la victoria. Lo que en Bolívar le causaba asombro también lo debilitaba, porque a este impulso no sabía oponer sino silencio y resignación. Con un soldado de su especie, San Martín, sin duda, hubiera pensado en medir su espada; pero Bolívar se salía de su alcance, pues poseía personalidad…” (C.f. Ludwig, p. 206).
Bolívar resumía el encuentro diciendo “No hemos hecho más que abrazarnos, conversar y despedirnos”. Es triste, más este es una síntesis apropiada. Un encuentro destinado a ser memorable se vio disminuido por la improvisación y mezquinos intereses ante los cuales debían responder los dos titanes para contar con apoyo político y favor popular. El escenario de la entrevista más bien mostró el lado más amargo sobre la independencia americana, donde hubo también cosas más ramplonas que la gloria y la libertad.
La literatura parece quedar sin resignarse a lo breve e intrascendente del acontecimiento. La mejor versión novelada quizá sea la de Victor W. Von Hagen en Las Cuatro Estaciones de Manuela (de la cual poseo la edición de Sudamericana, en junio de 2001).
El propio Jorge Luis Borges, en la colección de relatos El Informe de Brodie (tengo la edición en Debolsillo, 2012), incorpora uno titulado “Guayaquil”. Tomo de él este párrafo, el cual es una acertada lectura sobre la famosa entrevista:
“Acaso las palabras que cambiaron fueron triviales. Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil; si uno se impuso, fue por su mayor voluntad, no por juegos dialécticos.”
Bolívar culminó la independencia peruana en 1824,
siendo que Sucre comandó las tropas en la batalla final de Ayacucho al retirarle el Congreso Colombiano el mando al Libertador. En 1829 Perú invadió Colombia manteniendo sus pretensiones sobre Guayaquil; Sucre derrotó al ejército peruano comandado por La Mar en Tarqui. Con esto cesó el tema guayaquileño.
Colombia se disolvió en 3 naciones en 1830. Ese
mismo año Sucre fue asesinado por sus enemigos políticos y Bolívar
falleció en la casa de un español en la población colombiana de Santa Marta, el
mismo día, 17 de diciembre, en que 11 años antes se había fundado la ya extinta
Gran Colombia.
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