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lunes, 25 de noviembre de 2013
BIENVENIDA
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10 DE AGOSTO DE 1809 PRIMER GRITO DE LA INDEPENDENCIA DE ECUADOR
El 10 de Agosto de 1809 se proclamó el Primer Grito
de la Independencia de Ecuador, en Quito.
Ese día, 10 de Agosto de 1809, un grupo de
criollos quiteños manifestó su decisión de constituir un gobierno soberano. No
se trata, sin embargo, de un hecho aislado. Es, más bien, la consecuencia de
una serie de sucesos previos. Eventos como la revolución de las Alcabalas,
la de los estancos, los motines de los indígenas contra la Corona habían
sembrado ya la idea de la revolución en las colonias que se hallaban
sometidas a las decisiones de la corona española. La invasión de Napoleón, que llevó a la abdicación del rey
Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII, y la cesión de este último del trono
a Napoleón I puso en caos a España en 1808. Por este hecho se formaron en todo
el reino español juntas de gobiernos populares para defender a su rey y su
pueblo. En América, que estaba bajo el mando español, también se conformaron.
Ya Estados Unidos había conseguido su independencia y en los círculos
criollos se hablaba de la Revolución Francesa.
Entre los intelectuales y otros grupos de élites criollas quiteñas se habían dado ya algunas reuniones para hablar de la situación social y económica de los pueblos, los sucesos de España y Francia, entre otros temas. Sin embargo, los denunciaban y terminaban en la cárcel.
Entre los intelectuales y otros grupos de élites criollas quiteñas se habían dado ya algunas reuniones para hablar de la situación social y económica de los pueblos, los sucesos de España y Francia, entre otros temas. Sin embargo, los denunciaban y terminaban en la cárcel.
Cómo fue el 10 de
AGOSTO de 1809. RESUMEN
La noche del 9 de agosto de 1809, un grupo de personas integrantes de la
sociedad criolla de Quito se reunió en la casa de Manuela Cañizares para
definir una estrategia. Cuentan que esa madrugada, ante la desmotivación de
algunos de los presentes, Manuela les increpó con una dura frase:
“¡Cobardes...hombres nacidos para la servidumbre ¿ De qué tenéis miedo...? ¡No
hay tiempo que perder...!”.
Esa madrugada se conformó la Junta Soberana de Gobierno, que tuvo como autoridades principales al Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, y al obispo José Cuero y Caicedo, como presidente y vicepresidente respectivamente. Los doctores Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan Larrea fueron nombrados como secretarios de Estado, despachos de lo Interior, de Gracia, Justicia y Hacienda.
Muy temprano, el doctor Antonio Ante, secretario general de la Junta de Gobierno, visitó a don Manuel Urriez, Conde Ruiz de Castilla y presidente de la Real Audiencia de Quito, para comunicarle que la Junta de Gobierno lo relevaba de sus funciones.
Entre tanto, el coronel Juan de Salinas, al mano de las fuerzas militares, declaraba la lealtad a la Junta de Gobierno y al rey Fernando VII.
Esa madrugada se conformó la Junta Soberana de Gobierno, que tuvo como autoridades principales al Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, y al obispo José Cuero y Caicedo, como presidente y vicepresidente respectivamente. Los doctores Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan Larrea fueron nombrados como secretarios de Estado, despachos de lo Interior, de Gracia, Justicia y Hacienda.
Muy temprano, el doctor Antonio Ante, secretario general de la Junta de Gobierno, visitó a don Manuel Urriez, Conde Ruiz de Castilla y presidente de la Real Audiencia de Quito, para comunicarle que la Junta de Gobierno lo relevaba de sus funciones.
Entre tanto, el coronel Juan de Salinas, al mano de las fuerzas militares, declaraba la lealtad a la Junta de Gobierno y al rey Fernando VII.
Independencia del
Ecuador
Los sucesos del 10 de Agosto son considerados como
el Primer Grito de la Independencia de Ecuador, pues fue la llamarada
que motivó a otros patriotas a tomar la posta.
Trece
años más tarde se selló definitivamente la independencia de Ecuador.
Pero volvamos a lo que ocurrió después del 10 de Agosto de 1809.
Una vez conformada la Junta de Gobierno, el 16 de agosto, se llevó a cabo un Cabildo Abierto en el Convento de San Agustín, en la que ratificaron todo lo actuado el 10 de Agosto.
Esas decisiones fueron informadas all Virrey del Perú, José Abascal; al de Santa Fe, Antonio Amar y Borbón; al Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón y al de Cuenca, Melchor de Aymerich. Ellos conocieron así de la existencia del nuevo orden en la antigua Real Audiencia de Quito.
Esto fue tomado como una rebelión y la autoridades enviaron fuerzas militares desde Guayaquil, Popayán y Pasto para aplacar los aires de independencia.
Sabiendo esto, la Junta de Gobierno, en Quito, organizó dos divisiones compuestas por tres mil hombres bajo el mando de Juan Ascázubi y Manuel Zambrano y los envió con dirección al norte para detener el avance de las fuerzas realistas de Popayán.
Los quiteños se encontraron con los realistas en Pasto y fueron derrotados. Lo mismo ocurrió con Zambrano en Cumbal.
Las noticias de la derrota sembraron la desmotivación. Los intereses pudieron más en la Junta Soberana de Quito y el presidente Juan Pío Montúfar se vio obligado a renunciar. Juan José Guerrero y Mateu, conde de Selva Florida, asumió la presidencia y se encargó de negociar la rendición con el conde Ruiz de Castilla., lo cual se dio el 24 de octubre de 1809. La condición era que no se tomara represalia contra nadie, y así fue aceptado.
Pero una vez que llegaron tropas procedentes de Quito y Guayaquil, el conde Ruiz de Castilla disolvió la Junta de Gobierno y ordenó la persecución y captura de quienes la conformaban.
A los patriotas les esperaba un proceso judicial en el que incluso se pidió pena de muerte contra cuarenta de ellos.
El 2 de agosto de 1810, el pueblo quiteño quiso tomarse el cuartel para liberar a los patriotas pero la reacción de los realistas llevó a la masacre de los prócere
MATERIAL ADICIONAL
PRIMER GRITO DE INDEPENDENCIA
Durante la noche del 9 de agosto de 1809, un núcleo de intelectuales, doctores, marqueses y criollos complotados residentes en la ciudad de Quito se reunieron en la casa de Manuela Cañizares. Allí decidieron organizar una Junta Soberana de Gobierno, en la que actuaría como Presidente Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, como Vicepresidente el Obispo José Cuero y Caicedo y como Secretarios de Estado, en los Despachos del Interior, de Gracia y Justicia y de Hacienda, los notables Juan de Dios Morales, Manuel Quiroga y Juan Larrea, respectivamente.
En la mañana siguiente, el día 10 de agosto, Antonio Ante se encargó de presentar, ante el Presidente de la Real Audiencia, Manuel Urriez, Conde Ruiz de Castilla, el oficio mediante al cual se le daba a conocer que había cesado en sus funciones y que el gobierno lo asumía la Junta Soberana de Quito. Al mismo tiempo,
Juan
de Salinas se encargó de la guarnición, que, de inmediato, se pronunció a favor
de la Junta. Los criollos de Quito, actuando como “diputados del pueblo”,
suscribieron el Acta, por la cual desconocieron a las autoridades audienciales,
reconocieron a la Junta Suprema como gobierno interino “a nombre y como
representante de nuestro soberano, el señor don Fernando Séptimo y mientras Su
Majestad recupere la península o viniere a imperar en América”; le encargaron
sostener “la pureza de la religión, los derechos del Rey, los de la Patria y
hará guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses”; y
dispusieron la formación de la falange militar propia. El Cabildo abierto del
16 de agosto, en el que estuvieron los representantes de los diversos barrios,
ratificó solemnemente todo lo actuado.
El golpe de Estado ejecutado el 10 de agosto de 1809 no dejó dudas sobre el carácter autonomista y libertario del movimiento patriota, que no pudo ocultarse con la proclama de fidelidad al Rey. Sin embargo, en la misma época, no quedaban dudas que el movimiento de aquellos criollos patriotas se inspiraba en el pensamiento ilustrado inculcado por Eugenio Espejo y que, sobre todo, al asumir como suyo el principio de soberanía popular y de representación del pueblo, ejecutaba un acto revolucionario que, en última instancia, movilizaba un proyecto autonomista.
Así lo entendieron las autoridades de las otras regiones de la Audiencia de Quito y de los Virreinatos de Lima y de Bogotá. Por ello, aunque los patriotas quiteños llamaron a la unión de “los Cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta gobernación” y especialmente a Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, la Junta de Quito resultó aislada e incluso provocó la reacción de las otras regiones, desde las que se prepararon milicias para someterla.
El Virrey de Lima, Fernando de Abascal y Souza, envió tropas al mando del Coronel Manuel Arredondo. Ante el peligro inminente, el 28 de octubre la Junta resignó el poder ante el “españófilo” Juan José Guerrero, Conde de Selva Florida, quien a los pocos días lo devolvió al Conde Ruiz de Castilla.
Aunque el Presidente restaurado prometió olvidar los sucesos, cuando entraron a la ciudad las fuerzas realistas, se inició la persecución contra los revolucionarios quiteños, contando con la actuación del oidor Felipe Fuertes Amar y del fiscal Tomás Arechaga.
El 2 de agosto de 1810 un fallido intento por liberar de la prisión a los próceres detenidos concluyó con la matanza de los próceres detenidos en los calabozos del Cuartel “Real de Lima” en Quito, fusilando en el acto o atravesando con bayonetas y cuchillos a Morales, Quiroga, Salinas, Larrea, Arenas. Riofrío. Ascásubi, Guerrero, Villalobos y tantos otros. La brutalidad de las tropas llegadas con el coronel Arredondo se extendió inmediatamente sobre los barrios de la ciudad, que apenas pudieron resistirlas. El obispo y los sacerdotes tuvieron que recorrer las calles para implorar que terminen los enfrentamientos. Dos días después, en la Asamblea de vecinos convocada por las autoridades fueron denunciadas las atrocidades y se acordó la salida de las tropas, la formación de una Junta y el recibimiento del Comisionado Regio.
Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre, llegó en calidad de Comisionado nombrado directamente por el Consejo de Regencia de España, para apaciguar en algo el clima de represión con que fue sometida Quito. Organizó una segunda Junta Superior de Gobierno, presidida temporalmente por Ruiz de Castilla, pero integrada por criollos patriotas. El 1º. de enero de 1812 se instaló un Congreso Constituyente que, además, dictó la primera Constitución Quitense.
El virrey del Perú desconoció la Junta de Quito. Además, segregó Cuenca y Guayaquil y nombró a Joaquín Molina como Presidente. Carlos Montúfar, definido por la revolución, armó la defensa del gobierno popular de Quito, alistando tropas, que fueron enviadas hasta el norte y el sur, logrando triunfos en Pasto y cerca de Cuenca. El general español Toribio Montes organizó las fuerzas realistas desde el litoral, con soldados del Perú, Panamá y Guayaquil. Paulatinamente fue venciendo en su ascenso por los Andes. Entró a Quito el 8 de noviembre de 1812 y organizó la persecución de los últimos resistentes. Montúfar y los principales lograron escapar. Otros fueron procesados, condenados y hasta desterrados. Así terminó la Revolución de Quito.
El significado histórico
Aunque la Revolución de Quito no logró mantenerse, había dado inicio a la conciencia autonomista y se convirtió en fuente de las luchas independistas posteriores que, en una segunda y definitiva fase, arrancaron con las Revoluciones de Guayaquil y Cuenca en 1820.
Si bien antecedieron a la Revolución de Quito tanto la independencia de los Estados Unidos en 1776, así como la de Haití en 1804 e incluso los movimientos de Chuquisaca y La Paz (Bolivia) en 1809, los sucesos de Quito adquirieron significación continental no solo por la instauración de una Junta de criollos, sino porque los próceres que participaron en la revolución fueron asesinados el 2 de agosto de 1810 y porque en Quito se expidió en 1812 la primera Constitución.
Simón Bolívar se refirió a los sucesos de Quito como los gestores de la emancipación y su proclama de “guerra a muerte” contra los españoles la lanzó como reacción a la escandalosa matanza de los patriotas quiteños. En Chile también se reconoció la gesta del 10 de agosto, declarando a Quito “Luz de América”.
Después de la Revolución de Quito se sucedieron en 1810 nuevos movimientos autonomistas en México y las Juntas de Caracas, Bogotá, Santiago de Chile y Buenos Aires. El proceso de la independencia de América Latina había comenzado.
La Revolución de Quito no fue, por consiguiente, un movimiento meramente local, sino que tuvo en la mira la liberación de un país que estaba gestándose. Generó la conciencia de identidad propia. Y estuvo conectada con un movimiento más general: el de toda Hispanoamérica, que estallaba en rebeliones y protestas contra las autoridades españolas.
Aunque la dirección política revolucionaria estuvo en manos de una elite criolla, ella cumplió con un interés histórico mayor: dar inicio al proceso de la lucha anticolonial, en la que inevitablemente tendrían que involucrarse, más tarde o más temprano, todas las regiones dominadas por una metrópoli que actuó como un poder de dominación nacional.
En Quito los ideales abiertamente independistas de algunos de los patriotas se conjugaron con posiciones autonomistas o menos radicales de otros revolucionarios. Pero no hay duda que, en conjunto, la Revolución daba continuidad a las rebeliones que habían estallado durante todo el siglo XVIII, a las ideas del precursor Eugenio Espejo y al espíritu de identidad forjado por múltiples vías culturales y sociales.
Comprendida con una visión histórica de amplia perspectiva, la Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809 dio inicio al proceso de la independencia de la actual República del Ecuador, que solo después de trece años de insurgencia culminaría exitosamente en la Batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822.
El golpe de Estado ejecutado el 10 de agosto de 1809 no dejó dudas sobre el carácter autonomista y libertario del movimiento patriota, que no pudo ocultarse con la proclama de fidelidad al Rey. Sin embargo, en la misma época, no quedaban dudas que el movimiento de aquellos criollos patriotas se inspiraba en el pensamiento ilustrado inculcado por Eugenio Espejo y que, sobre todo, al asumir como suyo el principio de soberanía popular y de representación del pueblo, ejecutaba un acto revolucionario que, en última instancia, movilizaba un proyecto autonomista.
Así lo entendieron las autoridades de las otras regiones de la Audiencia de Quito y de los Virreinatos de Lima y de Bogotá. Por ello, aunque los patriotas quiteños llamaron a la unión de “los Cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta gobernación” y especialmente a Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, la Junta de Quito resultó aislada e incluso provocó la reacción de las otras regiones, desde las que se prepararon milicias para someterla.
El Virrey de Lima, Fernando de Abascal y Souza, envió tropas al mando del Coronel Manuel Arredondo. Ante el peligro inminente, el 28 de octubre la Junta resignó el poder ante el “españófilo” Juan José Guerrero, Conde de Selva Florida, quien a los pocos días lo devolvió al Conde Ruiz de Castilla.
Aunque el Presidente restaurado prometió olvidar los sucesos, cuando entraron a la ciudad las fuerzas realistas, se inició la persecución contra los revolucionarios quiteños, contando con la actuación del oidor Felipe Fuertes Amar y del fiscal Tomás Arechaga.
El 2 de agosto de 1810 un fallido intento por liberar de la prisión a los próceres detenidos concluyó con la matanza de los próceres detenidos en los calabozos del Cuartel “Real de Lima” en Quito, fusilando en el acto o atravesando con bayonetas y cuchillos a Morales, Quiroga, Salinas, Larrea, Arenas. Riofrío. Ascásubi, Guerrero, Villalobos y tantos otros. La brutalidad de las tropas llegadas con el coronel Arredondo se extendió inmediatamente sobre los barrios de la ciudad, que apenas pudieron resistirlas. El obispo y los sacerdotes tuvieron que recorrer las calles para implorar que terminen los enfrentamientos. Dos días después, en la Asamblea de vecinos convocada por las autoridades fueron denunciadas las atrocidades y se acordó la salida de las tropas, la formación de una Junta y el recibimiento del Comisionado Regio.
Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre, llegó en calidad de Comisionado nombrado directamente por el Consejo de Regencia de España, para apaciguar en algo el clima de represión con que fue sometida Quito. Organizó una segunda Junta Superior de Gobierno, presidida temporalmente por Ruiz de Castilla, pero integrada por criollos patriotas. El 1º. de enero de 1812 se instaló un Congreso Constituyente que, además, dictó la primera Constitución Quitense.
El virrey del Perú desconoció la Junta de Quito. Además, segregó Cuenca y Guayaquil y nombró a Joaquín Molina como Presidente. Carlos Montúfar, definido por la revolución, armó la defensa del gobierno popular de Quito, alistando tropas, que fueron enviadas hasta el norte y el sur, logrando triunfos en Pasto y cerca de Cuenca. El general español Toribio Montes organizó las fuerzas realistas desde el litoral, con soldados del Perú, Panamá y Guayaquil. Paulatinamente fue venciendo en su ascenso por los Andes. Entró a Quito el 8 de noviembre de 1812 y organizó la persecución de los últimos resistentes. Montúfar y los principales lograron escapar. Otros fueron procesados, condenados y hasta desterrados. Así terminó la Revolución de Quito.
El significado histórico
Aunque la Revolución de Quito no logró mantenerse, había dado inicio a la conciencia autonomista y se convirtió en fuente de las luchas independistas posteriores que, en una segunda y definitiva fase, arrancaron con las Revoluciones de Guayaquil y Cuenca en 1820.
Si bien antecedieron a la Revolución de Quito tanto la independencia de los Estados Unidos en 1776, así como la de Haití en 1804 e incluso los movimientos de Chuquisaca y La Paz (Bolivia) en 1809, los sucesos de Quito adquirieron significación continental no solo por la instauración de una Junta de criollos, sino porque los próceres que participaron en la revolución fueron asesinados el 2 de agosto de 1810 y porque en Quito se expidió en 1812 la primera Constitución.
Simón Bolívar se refirió a los sucesos de Quito como los gestores de la emancipación y su proclama de “guerra a muerte” contra los españoles la lanzó como reacción a la escandalosa matanza de los patriotas quiteños. En Chile también se reconoció la gesta del 10 de agosto, declarando a Quito “Luz de América”.
Después de la Revolución de Quito se sucedieron en 1810 nuevos movimientos autonomistas en México y las Juntas de Caracas, Bogotá, Santiago de Chile y Buenos Aires. El proceso de la independencia de América Latina había comenzado.
La Revolución de Quito no fue, por consiguiente, un movimiento meramente local, sino que tuvo en la mira la liberación de un país que estaba gestándose. Generó la conciencia de identidad propia. Y estuvo conectada con un movimiento más general: el de toda Hispanoamérica, que estallaba en rebeliones y protestas contra las autoridades españolas.
Aunque la dirección política revolucionaria estuvo en manos de una elite criolla, ella cumplió con un interés histórico mayor: dar inicio al proceso de la lucha anticolonial, en la que inevitablemente tendrían que involucrarse, más tarde o más temprano, todas las regiones dominadas por una metrópoli que actuó como un poder de dominación nacional.
En Quito los ideales abiertamente independistas de algunos de los patriotas se conjugaron con posiciones autonomistas o menos radicales de otros revolucionarios. Pero no hay duda que, en conjunto, la Revolución daba continuidad a las rebeliones que habían estallado durante todo el siglo XVIII, a las ideas del precursor Eugenio Espejo y al espíritu de identidad forjado por múltiples vías culturales y sociales.
Comprendida con una visión histórica de amplia perspectiva, la Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809 dio inicio al proceso de la independencia de la actual República del Ecuador, que solo después de trece años de insurgencia culminaría exitosamente en la Batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822.
MATERIAL ADICIONAL
MASACRE DEL 2 DE AGOSTO DE 1810
El 2 de agosto de 1810, un
reducido grupo de patriotas asalto el cuartel con animo de liberar a los
presos, se produjo una insurrección del pueblo de Quito
capital del actual Ecuador, que se levantó contra las autoridades reales de la
ciudad, con la intención de liberar a los próceres de la Primera Junta de
Gobierno Autónoma de Quito, quienes habían sido acusados de crímenes
de lesa majestad y para los cuales el fiscal pedía pena de muerte. El pueblo
quiteño asaltó dos cuarteles y una cárcel, pero las autoridades realistas
respondieron ejecutando a los presos. Luego, la lucha se extendió a las calles
de la ciudad. Entre 200 y 300 personas, el uno por ciento de la población de
entonces, perdió la vida en la refriega. El saqueo de las tropas realistas
produjo pérdidas valoradas entre 200 y 500 mil pesos de la época. La matanza,
ordenada por el gobernador realista, Conde Ruiz de Castilla, como represalia
por la Revolución del 10 de agosto de 1809, tuvo amplia repercusión en toda la
América Hispana, como un acto de barbarie y justificación de la "Guerra a
Muerte" decretada por el Libertador Simón Bolívar.
Antecedentes
El Primer Grito de Independencia
La revolución del 10 de agosto de 1809, conocida en Ecuador comúnmente como Primer Grito de Independencia,fue un
movimiento autonomista el cual proclamaba el retorno del rey Fernando VII, quien había sido derrocado debido a la invasión
de los franceses, al mando de Napoléon Bonaparte, a España. Esta revolución fue liderada por una élite criolla,
descendientes de españoles nacidos en América, la cual destituyó al presidente de la Real Audiencia de Quito,
conde Ruíz de Castilla, y se instaló en el poder bajo la administración de quiteños
y no de personas designadas por Madrid.El 10 de agosto de 1809se reconocio el
EL PRIMER GRITO DE LA INDENPENDENCIA.Este hecho histórico esta marcado por
otros factores que además de los antes mencionados deben ser conocidos para una
mejor comprensión de la significación del Primer Grito de la Independencia; tal
es así que el 7 de marzo de 1.808, el Mariscal Francés Joaquín Murat llega a
España todavía como un aliado pero debido a un intento por parte del rey
español Carlos IV de huir hacia América este se ve obligado renunciar al trono
a favor de su hijo Fernando VII que más tarde sería apresado por Napoleón quien
a la postre se vería favorecido por la abdicación de Fernando VII al trono
español pero, que provocaría la formación de las “Juntas Supremas Provinciales”
que se encargarían de organizar la resistencia en contra del dominio francés.
En todo caso las noticias
inquietaron a los criollos quiteños quienes comenzaron a analizar las repercusiones
de estos acontecimientos y bajo estas circunstancias, el Marqués de Selva
Alegre, Juan Pío Montúfar reúne en su hacienda “El Obraje” en el Valle de Los
Chillos, el 25 de Diciembre de 1.808, al Dr. José Luis Riofrío, cura de la
Parroquia de Píntag, al capitán Juan de Salinas, a los abogados Juan de Dios
Morales y Manuel Rodríguez de Quiroga entre otros, en la llamada “Conspiración
de Navidad”, en donde discuten sobre este tema y en la que llegan a la
conclusión que la mejor forma de “evitar” una posible dominación francesa es
precisamente imitando el mecanismo imperante en España: la constitución de una
Junta Soberana.
A esta idea se fueron sumando
varios adeptos entre los meses de enero y febrero de 1.809 pero son
descubiertos por el gobierno y apresados a inicios del mes de marzo del mismo
año. Al ser gente de clase adinerada los acusados consiguieron la mejor defensa
e inclusive y para “suerte” de los conjurados varios desconocidos lograron
robar la documentación referente al proceso legal en su contra motivo por el
que los reos son puestos en libertad.
Una vez liberados los
conspiradores vuelven a reorganizarse y la rebelión comienza la noche del 9 de
Agosto en casa de la patriota Dña. Manuela Cañizares y termina la madrugada del
10 de Agosto de 1.809, una vez que queda conformada la Junta Soberana de
Gobierno, teniendo como autoridades al Marqués de Selva Alegre, Juan Pío
Montúfar, y al Obispo José Cuero y Caicedo, como presidente y vicepresidente
respectivamente, además los Drs. Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de
Quiroga y Juan Larrea fueron nombrados como Secretarios de Estado, Despachos de
lo Interior, de Gracia, Justicia y Hacienda.Ese mismo día muy temprano por la
mañana el Dr. Antonio Ante, Secretario General de la Junta de Gobierno, visita
a Don Manuel Urriez, Conde Ruiz de Castilla, Presidente de la Real Audiencia de
Quito, con el fin de comunicarle que la Junta de Gobierno lo relevaba de sus
funciones; al mismo tiempo el Coronel Juan de Salinas, al mando de la fuerzas
militares de Quito declaraba lealtad a la Junta de Gobierno y al “bien amado”
Rey Fernando VII.
Alcanzado el objetivo
primigenio, es decir, la conformación de la Junta de Gobierno, el 16 de Agosto
de 1.809, las autoridades del nuevo régimen llevan a cabo un Cabildo Abierto en
la sala Capitular del Convento de San Agustín, sesión en la que ratificaron
todo lo actuado en la mañana del 10 de Agosto, días después la Junta de
Gobierno enviaba comunicados al Virrey del Perú, José Abascal, al de Santa Fe,
Antonio Amar y Borbón, al Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón y al de
Cuenca, Melchor de Aymerich la existencia del nuevo orden en la antigua Real
Audiencia de Quito.
Las autoridades peninsulares
informadas de este evento disponen la reducción de la “rebelión” en curso y
despachan tropas desde Guayaquil, Popayán y Pasto con la misión de tomar Quito
y acabar con los insurrectos, mientras tanto en Quito, la Junta de Gobierno,
organizó dos divisiones compuestas por tres mil hombres bajo el mando de Juan
Ascázubi y Manuel Zambrano y los envía con dirección al Norte con la finalidad
de detener el avance de las fuerzas realistas al mando del Gobernador de
Popayán, Miguel Tacón.
Las fuerzas quiteñas cruzaron
el río Carchi e ingresaron en territorio pastuso, pero la inexperiencia, la ignorancia
y la carencia de disciplina militar hicieron que Ascázubi fuera derrotado y
apresado en el combate de Sapuyes, del cual no se tiene mayor información; y,
que Zambrano en Cumbal corriera similar suerte con la única diferencia que este
logró escapar junto a lo que quedaba de la milicia quiteña.
Al enterarse acerca de esta
derrota el ambiente se tensó entre la población de Quito a la vez que los
afanes, los intereses, la división y las ambiciones políticas debilitaron
enormemente a la Junta que en lugar de preparar un plan contingente para
repeler la amenaza que se cernía sobre ellos se enfrasco en discusiones
estúpidas e inútiles, que terminaron con la dimisión del Presidente Juan Pío
Montúfar a favor de Juan José Guerrero y Mateu, Conde de Selva Florida, quien
se encargó de entablar acercamientos con el Conde Ruiz de Castilla ofreciendo a
este una capitulación de la ciudad que fue aceptada el 24 de Octubre de 1.809
sometiendo así a Quito al control español una vez más a cambio de que no se
procedería en contra de ninguno de los miembros de la Junta y prometiendo
“solemnemente” olvidar el pasado.
La ciudad permaneció en
relativa calma durante los días posteriores a la firma de la capitulación,
incluso la Junta de Gobierno continuo en funciones, por lo que la población
creyó que el “peligro” desaparecía y todo volvía la normalidad, lo cierto es
que el conde Ruiz de Castilla no tomaba acción alguna debido a que esperaba la
llegada de las tropas procedentes de Guayaquil y Cuenca.
Una vez que la soldadesca española
arribó a Quito, en especial el Batallón Real de Lima, al mando del Coronel
Manuel Arredondo y de las huestes vencedoras en Sapuyes y Cumbal además de los
3.500 efectivos realistas acantonados en Latacunga, el Conde Ruiz de Castilla
procede a disolver a la Junta de Gobierno y a restablecer a la Real Audiencia
de Quito y ordena la persecución, captura y encarcelamiento de los revoltosos,
muy pocos patriotas lograron escapar, uno de ellos fue el Marqués de Selva
Alegre pero no por esto dejo de ser perseguido.
Capturados y encarcelados los
patriotas enfrentaban un proceso judicial largo que incluso amenazaba
seriamente sus vidas porque el Fiscal Tomás Arrechaga pidió la pena de muerte
para cuarenta y seis “rebeldes”, Ruiz de Castilla indeciso envía el proceso al
Virrey de Santa Fe con el afán de que sea este último el que dicte sentencia.
El pueblo llano de Quito
consciente de que la situación es grave para los patriotas emprende una acción
de rescate que terminará en la masacre de los próceres el 2 de Agosto de 1.810.
Muchas fueron las causas que atentaron contra la acción libertaria del 10 de
Agosto de 1.809 entre ellas la inconexión inicial con las fuerzas populares
debido a la apatía general entre el pueblo llano que si bien es cierto no se
opusieron a la Junta de Gobierno, tampoco es que la apoyaron decididamente tal
y como lo demostró la cantidad de deserciones entre las filas libertarias en
los combates de Sapuyes y Cumbal.
Otra causa fue la ausencia de
un caudillo militar con la capacidad y el conocimiento requerido para emprender
la defensa territorial además de que las continuas disputas internas entre los
miembros de la junta complicaba aún más su capacidad de decisión.
Otro factor de gran incidencia
fue el poco respaldo que el movimiento despertó entre los pobladores de otras
ciudades como Guayaquil o Cuenca a quienes la “revolución” a su entender no los
representaba porque “no habían sido consultados ni tampoco invitados” a
participar de la acción dejando en claro que este movimiento únicamente
promovía los intereses quiteños que unos casos eran contrarios a los intereses
de las otras ciudades.
Así el Primer Grito de la
Independencia nació como un movimiento desarticulado, aislado, extremadamente
frágil y sin liderzazo político militar capacitado para la toma de decisiones
drásticas y oportunas.
La Junta Soberana de Quito
Cuando en 1808 Napoleón
Bonaparte invadió España, obligó a abdicar al rey Carlos IV y tomó prisionero
al heredero don Fernando VII. En cada provincia y ciudad grande del reino se
formaron “Juntas Soberanas de Gobierno” que rechazaron al régimen usurpador de
José Bonaparte, proclamado soberano de España por voluntad de su hermano
Napoleón. El concepto de estas “Juntas” se impuso también en algunas ciudades
de América, donde se conformaron otras “Juntas” con el mismo y único propósito
de defender los derechos del monarca español destituido.
Fue así que -en la noche del
25 de diciembre de 1808- un grupo de quiteños se reunió clandestinamente en la
hacienda de Chillo del Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, y
procedieron planificar un a establecer una Junta que debía cumplir con los
mismos propósitos que las establecidas en España. Ese fue el génesis de la
Revolución del 10 de Agosto de 1809.
Triunfante la revolución, los
quiteños procedieron a conformar una Junta Soberana de Gobierno y eligieron al
Marqués de Selva Alegre, Don Juan Pío Montúfar, para Presidente de la misma.
“En el Cabildo abierto que se
reunió ese mismo día, don Juan Pío Montúfar, en su calidad de Presidente
pronunció o leyó un discurso “... en que hablaba de la conservación de la
religión, de la defensa del Monarca legítimo, y de la propiedad de la patria; y
concluyó excitando a la unión con estas palabras: Viva nuestro Rey legítimo y
Señor natural Don Fernando VII, y conservándole, a costa de nuestra sangre,
esta preciosa porción de sus vastos dominios, libre de la opresión y tiranía de
Bonaparte, hasta que la divina misericordia lo vuelva a su trono, o que nos
conceda la gloria de que venga a imperar entre nosotros” (Aguirre Abad.-
Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, p. 156).
Como la revolución no había
sido realizada por el pueblo sino por la “Nobleza Criolla” de Quito, la “Junta
Suprema de Gobierno se dio el tratamiento de Majestad, dio a su presidente el
de Alteza Serenísima y á sus miembros el de Excelencia... También estableció un
cuerpo de tropas denominado Falange, que debía constar de tres batallones,
declarando a Don Juan Salinas su coronel comandante y aumentando en una tercera
parte más el sueldo español de que debían gozar... El juramento que hizo la
junta y que exigió a cada uno de los empleados y corporaciones fue de
obediencia y fidelidad a Fernando VIVA...!! HECHO POR LUCAS ORELLANA.
Disolución de la Junta Soberana
Las autoridades coloniales
cercanas a Quito, desde el primer momento, consideraron que la Junta Soberana
era una sublevación independentista y se apresuraron a reprimirla a sangre y
fuego. A ningún funcionario realista de la época convencieron las declaraciones
de fidelidad al rey Fernando VII.
Poco ayudaron circulares como
ésta, que envió Quito a los cabildos de las ciudades más cercanas, hablando
claramente de conceptos prohibidos por los realistas (por traición), como
patria, libertad e independencia:
"Quito, Agosto 13 de
1809.- A los Señores Alféreses, Corregidores y Cabildos que existen en los
asientos, villas y ciudades.- S. E. El Presidente de Estado, de acuerdo con la
Honorable Junta y los Oidores de audiencia en pública convención, me han
instruido que dirija a US. una circular en la que acredite y haga saber a todas
las autoridades comarcanas que, facultados por un consentimiento general de
todos los pueblos, e inspirados; de un sistema patrio, se ha procedido al
instalamiento de un Consejo central, en donde con la circunspección que exigen
las circunstancias se ha decretado que nuestro Gobierno gire bajo los dos ejes
de independencia y libertad; para lo que han convenido la Honorable Junta y la
Audiencia nacional en nombrar para Presidente a S. E. el señor marqués de Selva
Alegre, caballero condecorado con la cruz del orden de Santiago. Lo comunico a
US. para que en su reconocimiento se dirijan por el conducto ordinario letras y
oficios satisfactorios de obediencia, después de haber practicado las reuniones
y juntas, en las capitales de provincia y pueblos que sean convenientes; y
fechas que sean se remitan las actas."1
Al mismo tiempo, solo las
ciudades más cercanas, como Ibarra, Ambato y Riobamba, se sumaron al movimiento
quiteño, mientras que Guayaquil se mantuvo leal al rey y sus autoridades
pidieron al virrey del Perú el bloqueo de la costa ecuatoriana para asfixiar a
Quito.
Desde Bogotá y Lima, los
virreyes despacharon con suma urgencia tropas para sofocar a la Junta Soberana.
En Popayán, el alférez real
Gabriel de Santacruz contestó lo siguiente:
"Considerando que
arbitrariamente se han sometido los revoltosos quiteños a establecer una Junta
sin el previo consentimiento de la de España, y como se nos exige una
obediencia independiente de nuestro Rey Don Fernando VII, por tan execrable
atentado y en defensa de nuestro monarca decretamos: Art. único. Toda persona
de toda clase, edad y condición, inclusos los dos sexos, que se adhiriese o
mezclase por hechos, sediciones o comunicaciones en favor del Consejo central,
negando la obediencia al Rey, será castigado con la pena del delito de lesa majestad".
En Guayaquil, la opinión
también fue contraria a la revolución de Quito. Solo la familia del futuro
presidente del Ecuador Vicente Rocafuerte fue
invitada por Montúfar y Morales a dar un golpe similar en el puerto, pero el
gobernador Bartolomé Cucalón apresó a Rocafuerte y a su tío, Jacinto Bejarano,
antes de que pudieran actuar.
"El envío de tropas desde
el Norte (de Panamá, Bogotá, Popayán, Pasto y Barbacoas) y desde el Sur (de
Lima, Guayaquil y Cuenca), el bloqueo de la costa por parte del Virrey del
Perú, General José Fernando Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia, era esta
la difícil situación de Quito, asediada por estas fuerzas, sin sal, sin armas
suficientes y sin pertrechos, originaron el debilitamiento de la Junta.
Desesperado, Montúfar remitió
al puerto de Esmeraldas una carta para que se la entreguen a cualquier buque
inglés, pidiendo el apoyo de Gran Bretaña para la Junta Soberana. La carta,
dirigida "al Gabinete de San James y al augusto monarca de los
mares", dice:
"pido como Presidente y a
nombre de la Junta Suprema Gubernativa, armas y municiones de guerra que
necesitamos, principalmente fusiles y sables... Apetece íntimamente esta
Suprema Junta la más estrecha unión y alianza con su inmortal nación y la
tranquilidad de nuestro comercio con ella".
Lamentablemente, el apoyo
británico a la independencia hispanoamericana se materializaría muchos años
después.
Enterado de los hechos de
Quito el virrey de la Nueva Granada, Antonio Amar y Borbón, se
reunió con los notables de Bogotá, para auscultar sus criterios. Los monárquicos
le advirtieron del peligro que significaba la revolución quiteña, mientras que
los criollos le insinuaron que formara una Junta Soberana. La reunión le sirvió
para convencerse del peligro de una revuelta similar en la capital del
virreinato, por lo que reforzó la seguridad en Bogotá y despachó hacia Quito
300 soldados para aplastar a la Junta Soberana.
Los quiteños no obtuvieron
apoyo de los pueblos cercanos. El 6 de octubre, un presionado Montúfar obligó a
Ruiz de Castilla a abandonar el Palacio Real, donde vivía, y lo confinó en una
quinta en Iñaquito, en las afueras de la capital.
La personalidad débil de
Montúfar le hizo flaquear. Aunque se le considera sincero entusiasta de la
independencia, no tuvo el liderazgo suficiente para continuar la lucha. El 12
de octubre de 1809 renunció a la presidencia, que recayó en otro aristócrata,
José Guerrero, conde de Selva Florida.
Pero la Junta tenía en sí
misma el germen de su fracaso:
"Hombres acaudalados y
mansos por demás; letrados que pensaban gobernar el pueblo por las reglas del
derecho civil, y paisanos que, hechos soldados de la noche a la mañana, habían
de sostener la guerra que de seguro iban a levantar los antiguos gobernantes,
si no por las mismas reglas, por los principios más humanos y clementes; no
debían ni podían durar otro tiempo que el absolutamente necesario para que los
enemigos pudieran concertarse, reunirse y asomar por las fronteras de la
provincia."6
Finalmente, aislada y
bloqueada, el 24 de octubre de 1809 la Junta devolvió el mando al conde Ruiz de
Castilla, negociando con él que no se tomarían represalias y permitiendo el
ingreso a la ciudad sin resistir de las tropas realistas de Lima y Bogotá.
Ruiz de Castilla persigue a los patriotas
Ruiz de Castilla se mostró
contento de que le devolvieran "el mando que me confió la piedad del
rey", pero en el marco de una junta provincial, obediente al virrey de la
Nueva Granada y a la Junta Central de España.
Ruiz de Castilla retornó a su
Palacio el 25 de octubre, entre los vítores de sus simpatizantes. En la cercana
Ambato, el ejército de Melchor de Aymerich, con
2200 soldados se preparaba para ingresar a Quito. Pero Ruiz de Castilla le
ordenó a Aymerich retonar con su ejército a Cuenca, mientras esperaba la
llegada de 500 hombres procedentes de Lima, capital del Virreinato del Perú, al
mando de Manuel de Arredondo, un oficial español hijo del virrey del Río de la
Plata y entroncado con los oidores de la Audiencia limeña.
En total, los realistas tenían
una fuerza militar de 3500 hombres sitiando Quito, por lo que Ruiz de Castilla
simplemente disolvió la Junta, y reestableció solemnemente la Real Audiencia de
Quito, faltando a su palabra de manera escandalosa.
Luego persiguió y encarceló a
los cabecillas del 10 de agosto, obligando a los otros miembros a huir y
esconderse. Con la ciudad ocupada por el Ejército colonial de Arredondo, Ruiz
de Castilla ordenó a la Audiencia el inicio de procesos penales contra todos
los patriotas, que fueron detenidos en su mayoría, al menos lo que no tenían
títulos nobiliarios.
Precisa el historiador
ecuatoriano Pedro Fermín Cevallos:
"Los patriotas no habían
dado un solo paso por subvertir el orden público: diremos más, no habían
respirado ni cabía que respirasen bajo el ojo apasionadamente prevenido de
Arredondo; y con todo, el 4 de diciembre, el presidente mandó prender a cuantos
estaban comprendidos en ese pasado que ofreció olvidar. Fueron pues,
aprehendidos y llevados al cuartel que hoy es el Colegio Nacional, los señores
José Ascásubi, Pedro Montúfar, Salinas, Morales, Quiroga, Arenas, Juan Larrea,
Vélez, Villalobos, Olea, Cajías, Melo, Vinuesa, Peña, los presbíteros Riofrío y
Correa y otros menos notables hasta algo más de sesenta. El ex-presidente
Montúfar logró escapar, como escaparon también otros, pero fueron perseguidos
con tenacidad, y perseguidos principalmente por los americanos don Pedro y don
Nicolás Calisto, don Francisco y don Antonio Aguirre, don Andrés Salvador, don
Pedro y don Antonio Cevallos, Núñez, Tordecillas y otros de tan desleales
compatriotas (...) El marqués de Selva Alegre, Ante y otros de los principales
cabecillas lograron siempre salvarse.7
Ruiz de Castilla decretó la
pena de muerte para todos los que protegieran a los próceres, con este bando:
«En la ciudad de San Francisco
de Quito a 4 de diciembre de 1809. El Excmo. señor conde Ruiz de Castilla,
teniente general de estas provincias, etc., dijo: que habiéndose iniciado la
circunstanciada y recomendable causa a los reos de Estado que fueron motores,
auxiliadores y partidarios de la junta revolucionaria, levantada el día 10 de
agosto del presente año, y siendo necesaria se proceda contra ellos con todo el
rigor de las leyes que no exceptúan estado, clase ni fuero, mandaba que siempre
que sepan de cualquiera de ellos los denuncien prontamente a este gobierno,
bajo la pena de muerte a los que tal no lo hiciesen. A cuyo efecto y para que
conste en el expediente, así lo proveyó etc. El conde Ruiz de Castilla.- Por S.
E. Francisco Matute y Segura, escribano de S. M. y receptor»8
El juicio y el aumento de las tensiones
El obispo de Quito, Cuero y
Caicedo, un entusiasta de la independencia, denunció las irregularidades que la
Audiencia y sus fiscales cometieron en todos los procesos ante el virrey de
Santa Fe, sin éxito. En el proceso se recurrió a la tortura y la falsificación
de documentos. El fiscal fue el propio Tomás de Arrechaga, nombrado pocos meses
antes Protector de Indios de la Junta. El ex miembro del Senado quiteño pidió
la pena de muerte para 46 personas y el destierro para 30 más.
Ruiz de Castilla, como
presidente de la Real Audiencia, debía dictar sentencia. Pero tras varias
tribulaciones no lo hizo y se limitó a enviar el expediente de dos mil páginas
al virrey de Santa Fe de Bogotá. Víctor Félix de San Miguel, un funcionario de
la Audiencia, escoltado por soldados, partió la madrugada del 27 de junio de
1810 a Bogotá con el expediente. Según Pedro Fermín Cevallos, el expediente
sobrevivió a la revuelta bogotana del 20 de julio de 1810 y se conserva en un
archivo público de Colombia.
Para aquel entonces, ya se sabía
que estaba viajando hacia Quito Carlos Montúfar, quien había sido nombrado en
España comisionado regio de Quito, y que probablemente absolvería a los
patriotas enjuiciados. No obstante, la tensión aumentaba entre las tropas
coloniales y los quiteños.
El 2 de agosto de 1809
Los realistas de Quito y la
Audiencia vieron con malos ojos la anunciada llegada del comisionado regio
Carlos Montúfar. Por ello, enviaron prontamente a Bogotá el juicio en contra de
los patriotas, esperando de vuelta las sentencias de muerte dictadas por el
virrey. La persecución de todos los implicados, de todas las clases sociales,
fue implacable:
"El marqués de Miraflores
murió de pesar, recluso en su propia casa, y cuando el gobierno traslució la
muerte, mandó colocar una escolta cerca del cadáver y la conservó hasta que fue
enterrado, pues presumió que se trataba de una evasión bajo el amparo de la
mortaja de los muertos (...) El ensanche y tenacidad de esta persecución alarmó
sobremanera los ánimos de todas las clases de la sociedad, y fueron centenares
los que se ocultaron o huyeron buscando seguridad. Los víveres, en
consecuencia, comenzaron a escasear hasta el término de comprarse la fanega de
maíz en diez pesos, la de trigo en cuarenta y así lo demás; y las tropas que
habían llegado, arrimadas a la protección de Arredondo, pusieron a rienda
suelta su mala propensión e inmoralidades. Ruiz de Castilla mismo, dominado por
el imperio de Arredondo, se dejaba llevar por este como un niño."9
La tensión entre los quiteños
y los realistas iba en aumento. Empezaron a correr rumores de asesinato de los
presos y del propio comisionado regio, quien aún no arribaba a Quito:
"Voces repetidas, bien que
vagas, decían que los españoles protestaban no admitir al comisionado Montúfar
sino hecho cadáver porque era bonapartista y traidor, que se mataría a los
presos antes que él tuviera tiempo de ponerlos en libertad: que todos los hijos
de Quito eran unos rebeldes e insurgentes, y otras especies de este orden,
envueltas y confundidas entre la certeza, la falsedad y la exageración."10
Un capitán de apellido Barrantes
amenazó con ejecutar a los presos si las turbas intentaban asaltar la cárcel,
rumor que empezó a correr a fines de julio y principios de agosto.
Entonces, grupos de vecinos
empezaron a trazar el plan para liberar a los presos. Se atacarían dos cuarteles:
el Real de Lima y el de Santa Fe, que actualmente forman el Centro Cultural
Metropolitano de Quito, y una casa cercana denominada El Presidio,donde estaban
presos los hombres del pueblo llano.
Intento de liberación de los reclusos
Llegó entonces el jueves 2 de agosto de 1810. Ese día, poco antes de las dos de la
tarde las campanas de la Catedral tocaron a
rebato. Era la señal convenida para que los conspiradores, que paseaban
discretamente por la Plaza Mayor, y los atrios de la Catedral y el Sagrario,
entraran en acción. Se estima que no menos de tres mil soldados tenía el
Ejército colonial, a los que pensaba enfrentarse un puñado de patriotas.
El primer ataque fue contra el
presidio, según destaca Pedro Fermín Cevallos:
»Llegados el día y hora en que
los conspiradores acababan de fijarse, suenan las campanas de alarma, y los
llamados Pereira, Silva y Rodríguez, capitaneados por José Jerés, embisten
contra el presidio, matan al centinela de una puñalada, hieren al oficial de
servicio, dispersan a la guardia y se apoderan de sus armas. Como en esta
cárcel había sólo una escolta de seis hombres con el oficial y cabo
respectivos, logran fácilmente libertar a los presos, se visten, en junta de
seis de estos, de los uniformes que encuentran a mano, y salen hechos soldados
y con armas, con dirección a los cuarteles en auxilio de sus compañeros, a
quienes suponían combatiendo todavía, conforme a los arreglos concertados. Los
demás de los presos huyeron la mayor parte, y cinco de ellos, dándolas de
honrados, se quedaron en el presidio para recibir poco después una muerte
inmerecida».
El segundo ataque fue contra
el Cuartel Real de Lima, en la actual calle Espejo:
"Al mismo tañido de las
campanas, quince minutos antes de la hora dada, Landáburo a la cabeza, y los
dos hermanos Pazmiños, Godoy, Albán, Mideros, Mosquera y Morales, armados de
puñales, fuerzan y vencen la guardia del real de Lima, y quedan dueños del
cuartel. Hácense de las armas de esta, y amedrentando a los soldados que
encuentran dispersos por los corredores bajos y patio, se van a hilo a los
calabozos para libertar a los presos que, a juicio de ellos, era lo más
necesario y urgente para el buen éxito de su arrojo.
El capitán realista Galup, al
advertir el asalto, grita "fuego a los presos" y desenvaina la espada
para atacar. Cae, sin embargo, luchando valerosamente atravesado por una
bayoneta.
En el primer momento, y
tomados por sorpresa, los por lo menos 500 soldados de la guardia (del batallón
de Pardos y Morenos de Lima) no ofrecieron demasiada resistencia; pero después
reaccionaron y disparando un cañón hicieron fuego sobre los asaltantes.
Mientras esto ocurría, el
tercer grupo, que debía atacar el cuartel de Santa Fe, no lo hizo. Esto dio
tiempo a los militares neogranadinos de reaccionar.
El combate empezó a
generalizarse en las calles. El oficial realista Villaespesa cae muerto. El
comandante de los neogranadinos, Angulo, se hizo presente en su cuartel y tomó
el mando de la situación.
Al llegar Angulo y no ser
atacados, los soldados neogranadinos usan uno de sus cañones para volar la
pared que separaba su cuartel del Real de Lima, en donde se suman a la lucha.
Los ocho quiteños que atacaron
el cuartel fueron tomados por sorpresa. Dos de ellos, Mideros y Godoy, cayeron
muertos al intentar escapar. Angulo mandó cerrar la puerta del cuartel. Y
empezaron las ejecuciones.
Al observar esto, la gente que
había liberado a los detenidos en el Presidio intentó atacar el cuartel. Pero
desde el vecino Palacio Real y las ventanas del cuartel empezaron a llover las
balas realistas, dispersando a los sublevados.
En el interior, los soldados
empezaron a cumplir su amenaza de ejecutar a los presos. Contrariamente a la
creencia popular de que los mataron en los sótanos del Cuartel -reforzada por
la instalación de un museo de cera en el siglo XX-, la mayor parte fueron ejecutados
en los pisos altos y solamente uno de los presos del sótano murió. Inclusive,
quienes estaban en las catacumbas lograron alcanzar las alcantarillas y la
quebrada bajo el edificio y lograron huir por ellas.
Particular horror tuvo la
ejecución del prócer Manuel Quiroga, asesinado frente a sus hijas, que habían
ido a visitarlo:
"Las hijas de Quiroga,
llevadas por desgracia a visitar a su padre en tan funesto día, presencian con
el corazón palpitante las escenas sangrientas de que ellas mismas han escapado
de milagro, sin que les tocara una sola bala de cuantas llovían sobre sus
cabezas. Pasado ese primer instinto de terror que, en circunstancias
semejantes, se concentra enteramente en el individuo, les sobreviene la memoria
de su padre a quien desean salvar. Se dirigen al oficial de guardia, y le
ruegan fervorosa y humildemente que le salve la vida, y sorprendido este de que
aun estuviera vivo un enemigo de tanta suposición, se acompaña del cadete
Jaramillo y entra en el rincón en que yacía Quiroga oculto: «Decid, le gritan,
"¡Vivan los limeños!"». Quiroga responde ¡Viva la religión!
Jaramillo, en réplica le descarga el primer sablazo, y luego los soldados otros
y otros, hasta que cae muerto a las plantas de sus hijas."12
La forma en la que el joven
sublevado Mariano Castillo se salvó de la masacre, haciéndose pasar por muerto,
fue muy comentada:
"Mariano Castillo, joven
de gallardo parecer, valiente y de lucido entendimiento, había sido sólo herido
de una bala en las espaldas, y mientras cuenta con que va a morir a
bayonetazos, como murieron otros, aventura ocurrir a un arbitrio que puede
salvarle. Desgarra sus vestidos, los ensucia con la sangre que está arrojando
su cuerpo y se tiende como uno de tantos cadáveres. Los soldados que andan
rebuscando a los que pudieran estar ocultos, y que pasan punzando los cadáveres
con las bayonetas, punzan también a Castillo una y otra vez, y castillo recibe
impasible y yerto diez puntazos sin dar la menor señal de vida. Por la noche,
cuando estaba ya velándose en San Agustín entre los cadáveres recogidos por los
religiosos de este convento, se dejó conocer como vivo, y los reverendos se lo
llevaron con entusiasmo a una celda muy segura. Castillo salvó así, después de
tres o cuatro meses que duró la curación de sus heridas".
Pero los principales líderes
no tuvieron la suerte del joven Castillo. Según Pedro Fermín Cevallos, los más
conocidos próceres ejecutados fueron:
"El coronel Salinas,
Morales, Quiroga, Arenas, tío de (Vicente) Rocafuerte, el que llegó a regir su
patria como presidente de la República, el presbítero Riofrío, el teniente
coronel don Francisco Javier Ascásubi, los de igual graduación don Nicolás
Aguilera y don Antonio Peña, el capitán don José Vinuesa, el teniente don Juan
Larrea y Guerrero, el alférez don Manuel Cajías, el gobernador de Canelos don
Mariano Villalobos, el escribano don Anastasio Olea, don Vicente Melo, uno de
apellido Tovar y una esclava de Quiroga que estaba encinta; fueron las víctimas
impíamente sacrificadas en el cuartel el 2 de agosto.
Hubo, sin embargo, otros
próceres que se salvaron de la muerte por otros medios:
"Don Pedro Montúfar, don
Nicolás Vélez, el presbítero Castelo, don Manuel Angulo y el joven Castillo, de
quien hablamos, fueron los únicos presos que, de los que ocupaban los calabozos
altos, lograron escapar. Montúfar se hallaba muy enfermo, y había conseguido a
grandes esfuerzos salir del cuartel tres días antes del funesto día: Vélez se
había fingido loco al remate, y con tanta naturalidad que, burlando la
inspección y examen de los facultativos, tuvo que ser arrojado a empujones del
cuartel como intolerable demente; Castelo y Angulo consiguieron fugar en junta
de los asaltadores al cuartel, porque probablemente no estuvieron aherrojados
como los otros presos, o estuvieron ya desengrillados. De los que ocupaban los
calabozos bajos sólo fue asesinado don Vicente Melo: los demás escaparon, bien
uniéndose a Landáburo y los Pazmiños, bien huyendo por los agujeros que caían a
la quebrada que atraviesa bajo el cuartel."
La matanza en las calles de Quito
Consumada la ejecución de los
patriotas, las tropas coloniales empezaron a disparar contra el pueblo que se
encontraba afuera del cuartel y en las calles cercanas. Algunos de los
conjurados respondieron con fuego de fusiles y escopetas. El combate empezó en
la actual calle García Moreno. Los sublevados disparaban contra las fuerzas
coloniales, hasta que fueron obligados a retroceder hacia la actual calle
Rocafuerte, donde se encuentra el Arco de la Reina y el Museo de la Ciudad
(antiguo hospital San Juan de Dios).
Los soldados realistas
subieron al Arco y desde ahí cogieron en dos fuegos a los quiteños, frente a la
Iglesia de la Compañía. Los quiteños se dispersaron, dirigiéndose a los barrios
de San Blas, San Roque y San Sebastián.
Un testigo presencial, citado
por Cevallos, dice:
«Uno de los presos que
salieron del presidio, dice el doctor Caicedo, se colocó en el pretil de la
Catedral, y desde allí arrolló a los mulatos (las tropas de Lima), hasta que
acabados los cartuchos le acertaron un balazo. Quedó caído y medio muerto, y
fueron a rematarle con las culatas de los fusiles, como lo verificaron. Lo
mismo hicieron con una india que estaba en la plaza (de la Independencia), con
un covachero y con un músico que iba para el (monasterio de el) Carmen de la
nueva fundación. Todo esta pasó por mi vista».
El testigo continúa su
descripción del combate, en donde quiteños desarmados se enfrentaron a a los
soldados realistas, que tenían la orden de disparar a quien encontraran en la
calle:
«En la calle del marqués de
Solanda (actual calle Venezuela) desarmaron cuatro mozos a seis fusileros que
llevaban sus arcabuces cargados y armados de bayonetas; pero allí mismo murió
un pordiosero. En la calle del Correo tres solos paisanos hicieron huir a una
patrulla, la desafiaron y silbaron; pero allí mismo abalearon a un indefenso, a
quien remataron porque quedó medio vivo, haciendo pasar la caballería por encima
una y otra vez. Por la calle de la Platería corrieron los mulatos que guardaban
el presidio; pero allí mismo dieron un balazo a un músico, y porque no murió
del todo le destaparon los sesos con las culatas de los fusiles. En la calle de
Sanbuenaventura hicieron fuego los santafereños; pero allí murió uno que hizo
frente, a manos de un mozo desarmado, quitándole el fusil y pasándole con la
bayoneta. ¡Oh, si pudiera yo referir los prodigios de valor que se vieron en
esa época: gente que sólo con cuchillos se esforzó a libertar a su patria del
yugo de la tiranía...! Bastará reflexionar acerca de un pasaje asombroso y
original. Luego que escampó algo la tempestad entró en la plaza mayor un mozo
desarmado, a quien sin duda llevó la curiosidad al mayor peligro. Tiró por la
esquina de la grada larga de la catedral, cuando reparó a un limeño que le
apuntaba. Se paró el mozo, y al ver la acción de rastrillar, se agachó y evitó
el golpe. En la contingencia de ser muerto por la espalda o por delante, por su
indefensión, eligió el segundo extremo y, mientras se cargaba por segunda vez
el fusil, avanzó hacia el soldado. Distaría unos veinte pasos cuando se le
apuntó de nuevo. Volvió a pararse y gritó de este modo: Apunta bien, zambo,
porque si yerras otra vez, te mato. El susto o la borrachera del tirador, o sea
la viveza del mozo, lo escapó de este segundo riesgo; pero no pasó el tercero,
pues como un halcón se echó sobre él, lo cogió de los cabezones y lo estrelló
contra el pretil, dejando en las piedras regados los sesos. A vista de esto lo
envistió una patrulla, pero él encontró la vida en la velocidad de su carrera».
Hasta algunas mujeres quiteñas
se sumaron a la lucha, como refleja este testimonio:
"Pasó una patrulla armada
hacia el puente de la Merced, y la vieron unas pocas mujeres que no pasaban de
seis. Se encargaron de la empresa de perseguirla y asesinarla, y con sólo
piedras lograron ponerla en fuga vergonzosa. No fue el privilegio del sexo el
que obró esta maravilla, puesto que ya habían muerto a algunas en las calles, y
en su balcón a una señora, Monje de apellido".
Pero la orden de Ruiz de
Castilla, en su criminal afán, iba más a allá del simple saqueo: había
dispuesto incendiar la ciudad como castigo. Otro español, el oidor de la Real
Audiencia Tenorio, se opuso a la criminal orden. Pero los soldados cumplieron
con el resto de la disposición, que consistía en:
"Salieron todos los
soldados en patrulla por todas las calles, matando a fuego y acero a cuantos
encontraban en el camino, a cuantos veían en los balcones y cuantos se paraban
en las tiendas y zaguanes, como si todos fueran gallinazos, tórtolas o perros;
no escapándose de este rigor niños ni mujeres, de los cuales se sabe que fueron
hasta trece y de las mujeres tres".
A la matanza, las tropas
realistas se sumaron al saqueo. Precisan los testigos presenciales, en
testimonios conservados por Cevallos:
"No paró en esto sólo,
sino que los facinerosos hicieron de una vía dos mandados, y fue que con
mandamiento entraron en las casas que más noticias tenían de acaudaladas, y
saquearon cuantos doblones, moneda blanca, alhajas, plata labrada y ropas
encontraron. Entre varas, la de don Luis Cifuentes, al que le quitaron más de
siete mil pesos en doblones, cincuenta y siete mil en dinero blanco... No
contentos con robarse lo dicho, despedazaron muchos espejos de cuerpo entero,
arañas de cristal y relojes de mucho aprecio, saliendo con los baúles a la
calle que hace esquina de San Agustín (Venezuela y Chile actualmente) a
repartirse entre ellos todo lo que habían saqueado; de modo que no tenían otra
medida para su división que la copa de un sombrero, por lo que toca a dinero, y
lo demás a lo que más podía cada uno.Por la noche rompieron muchísimas puertas
de tienda, y cobachuelas del comercio y las dejaron en esqueleto, y prosiguen
aún hasta hoy haciendo muchísimas extorsiones, hiriendo y lastimando a los que
procuran defensa».
Sobre la cantidad de víctimas,
se estima que alcanzaron entre 200 y 300, aproximadamente el 1% de la población
de la ciudad.
Parreño, en sus Casos raros
acaecidos en esta capital dice:
«Luego que la tropa de Lima
hizo este asesinato, (el de los presos del cuartel), salió por todas las calles
matando a cuantos se encontraban en ellas, sin distinguir personas, calidad ni
edad, pues no se escaparon ni los niños tiernos. Hecha esta inhumana matanza,
que pasan de doscientos los que se han podido enumerar, y no llegaron a más
porque procuraron huir unos y esconderse otros. Salió la tropa a son de caja, y
robó las casas más ricas, tiendas de mercancías, vinos y mistelas; luego las
pulperías y estancos, rompiendo las puertas a pulsos y con las armas, sin haber
magistrado que lo impida, porque miraron con indiferencia que se hagan los
asesinatos y robos cometidos con nombre de saqueo. Se asegura que pasaron de
doscientos mil pesos, pues sólo de la casa de don Luis Cifuentes se sacaron
entalegados entre doblones y dinero ochenta y cinco mil pesos, fuera de muchas
alhajas de oro, plata y piedras preciosas».
Los realistas reportaron no
menos de 200 soldados desaparecidos, así como haber disparado por lo menos 20
mil tiros de fusil sus tropas. Anunciaron oficialmente que los muertos del
pueblo fueron solo 80, contando con los presos. El saqueo se estimó en por lo
menos medio millón de pesos.
La intervención del obispo
José Cuero y Caicedo contribuyó
a detener los enfrentamientos y pacificar la ciudad. Con una procesión
improvisada, el obispo paseó por las calles, en aras de detener la refriega.
Luego, se apersonó en Palacio para negociar con Ruiz de Castilla y sus
soldados:
"El digno prelado de la
diócesis, testigo de los excesos cometidos en la ciudad, lastimado de las
desgracias de su rebaño y teniendo, como segura una nueva lucha, si no adoptaba
el gobierno un temperamento conciliador, se presentó en el palacio y ayudado
del provisor señor Caicedo y del orador don Miguel Antonio Rodríguez,
eclesiástico muy distinguido por su elocuencia ofreció calmar las agitaciones
de los pueblos, siempre que los gobernantes se resolvieran a hacerles algunas
concesiones. El presidente, las oidores, los jefes militares y más altos
empleados meditaron debidamente y discutieron con serenidad acerca de las
providencias que convenía dictarse, y celebrada la junta que convocó el
primero, se dio el acuerdo de 4 de agosto, que se publicó el día siguiente. A
juzgarse por el contenido de sus artículos, el gobierno recibió la ley que le
impuso la revolución, y Quito, aunque vencido, sostuvo sus derechos y quedaron
abatidos los vencedores"
Repercusión de la matanza en la América Hispana
La matanza del 2 de agosto de
1810, tuvo repercusión continental. Así en Caracas:
"El 22 de Octubre de
1810, en Caracas, cuando llegaron las noticias, se produjo un motín, al mando
de José Félix Ribas, pidiendo la expulsión de los españoles. Se celebraron
solemnes honras fúnebres por los patriotas quiteños fallecidos, y los poetas
Sata y Bussy, García de Sena y Vicente Salías les dedicaron sentidos versos;
los ritos fúnebres fueron oficiados en la iglesia de Altamira, y se costearon
por suscripción popular; en un catafalco se puso esta leyenda: "Para
apiadar al Altísimo irritado por los crímenes cometidos en Quito contra la
inocencia americana ofrecen este holocausto el gobierno y el pueblo de
Caracas"
En Bogotá, Francisco José de Caldas protestó
por los hechos en su periódico “Diario Político”. Caldas conocía bien el
Ecuador pues lo había recorrido en varias expediciones científicas.
Para el bogotano Miguel Pombo
Quito fue "el pueblo que primero levantó su cabeza para reclamar su
libertad".
"Los cuarteles fueron
abiertos para recibir voluntarios y pronto se llenaron de jóvenes que querían
vengar la matanza de Quito. La Suprema Junta Gubernativa dirigió una
exhortación patriótica al pueblo de Bogotá, expresó su solidaridad al Cabildo
de Quito y amenazó con represalias al Conde Ruiz de Castilla. Fueron varios los
periódicos de la época que se refirieron a esta tragedia.
Una de las justificaciones de
la "guerra a muerte" declarada por Bolívar contra España en Valencia
el 20 de septiembre de 1813, fue la criminal matanza de civiles desarmados en
Quito ordenada por Ruiz de Castilla:
"En los muros sangrientos
de Quito fue donde España, la primera, despedazó los derechos de la naturaleza
y de las naciones. Desde aquel momento del año 1810, en que corrió sangre de
los Quiroga, Salinas, etc., nos armaron con la espada de las represalias para
vengar aquéllas sobre todos los españoles...".
Para el Libertador, los
acontecimientos que se dieron en Quito, fueron el preludio de las atrocidades
que en toda la Nueva Granada y Venezuela cometerían los comandantes realistas,
como Toribio Montes y José Tomás Boves, a los
que Bolívar respondería con la declaratoria de "guerra a muerte", que
implicaba la ejecución de civiles realistas como represalia: "españoles y
canarios, contad con la muerte aún si sois indiferentes", declaró Bolívar.
Es evidente que, a la imagen de España, los libertadores eran traidores al Rey,
y así se les trató.
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